sábado, 24 de mayo de 2008

Que el hombre sepa que el hombre puede


La frase es de Alfredo Barragán, capitán de la expedición Atlantis. A mí me la dijo Betty, capitana por naturaleza.
Hace mucho que quiero escribir sobre ella, sobre Ale y sobre Sebas, pero por H o por B (o por V o por J o por la letra que sea), no encontraba las palabras justas para describir tanta grandeza. No sé si las hallé (ni siquiera sé si existen), pero voy a intentar escribir sobre algo en lo que los vocablos resultan insuficientes.
Los tres son ejemplos de que nada es imposible, porque el poder radica en el espíritu y no en lo físico o contextual. Definitivamente, fueron ellos quienes me hicieron comprobar que los límites son mentales.
Un lunes, en apariencia como cualquier otro, Sebas me preguntó (en una de las taaaaaaaaantas pausas que nos hacíamos trabajando) qué había hecho yo el fin de semana. Algo así como"Estudié, hablé con mi familia, fuí a misa, trabajé" emanó de mí como obvia respuesta, seguida de un curioso "¿y vos?". "Yo fuí a Buenos Aires a ver a los Piojos, no sabés lo bueno que estuvo", contestó Sebas con la energía que lo caracteriza.
Sebas tiene 30 años. Desde los 20 está en silla de ruedas. Muchos rogarían tener sólo alguna de las propuestas de trabajo que él recibe, gracias a su tenacidad y capacidad. Es una de las personas más inquietas que conozco. Y eso no es nada: ojalá algún día escuches de su boca sus anécdotas en Brasil o en cuatriciclo en la playa. No está loco; está vivo.
Nunca nadie me hizo sentir tan cómoda en un trabajo como Betty. Te estoy hablando de una de las personas más atentas que conozco. Trabajar con ella siempre hizo las jornadas más entretenidas y mucho más "hogareñas". Por un lado, cierta situación motriz que no he logrado descifrar la hace estar acompañada de una especie de bastón cuyo nombre desconozco (pero sinceramente, uno lo olvida completamente porque Betty va y viene conversando, trayendo, más que simplemente cafés, su buena compañía). Por el otro, cierta grandeza espiritual cuyo nombre también desconozco la ha hecho ser, según el propio Sebas, la "Maradona del nado" en la Argentina. Demás está especificar el nivel de logros en dicho deporte al que me refiero.
La noticia que en otro momento yo hubiese pasado por alto en el diario fue motivo de inmensa felicidad para Alejandra: a partir de ahora y por vez primera, muchos colectivos marplatenses tienen rampas para quienes, como ella, hacen todo lo mismo que vos y yo, pero desde una silla de ruedas. La sonrisa en su rostro mientras me contaba tal acontecimiento quedó marcada a fuego en mi memoria. Imagino que fue la misma sonrisa que tuvo cuando ganó y participó en tantos Panamericanos y Juegos Olímpicos mundiales. Ah sí, son imperdibles sus fotos representando a Argentina en natación en Atlanta '96, Sidney 2000, Brasil no recuerdo qué año, Atenas 2004, México quién sabe cuándo, etcétera etcétera etcétera. Y ni hablar de los resultados.
Cuando pienso en ellos, automáticamente aparecen en mi mente las palabras Admiración, Fortaleza, Magnanimidad (todas con mayúsculas). Y no son milagros: son personas que sólo se diferencian de otras en que hacen de todo menos bajar los brazos (de ahí deriva la imagen que elegí para este posteo). Son quienes llevan la grandeza en el único lugar en que tal cualidad puede permanecer: en el espíritu. Y simplemente eso es lo que hace todo sea alcanzable.
Dicen que lo que Dios nos saca de un lado nos lo da de otro. O, lo que se puede entender de igual manera: cuando se cierra una puerta, Dios siempre nos abre una ventana. Muchos nunca han tenido problemas en sus piernas y sin embargo no pueden, no saben o no quieren seguir. Otros, como Sebas, Ale y Betty avanzan con una herramienta mucho más potente: la fe en ellos mismos. Esa es la única capacidad (por cierto, gran capacidad) que los diferencia de otros. Y es una de las tantas razones por las que son tres de las personas que yo más admiro sobre la faz de la Tierra.
A los tres, gracias por tanta enseñanza.

sábado, 10 de mayo de 2008

¿Tiempo al tiempo? No: ¡tiempo a mí, tiempo a vos!

Hace unos segundos atravecé uno de esos momentos en que me digo a mi misma: "Juliana, tenés que escribir en el blog". Y ahora estoy atravesando el momento de estar sentada frente a la compu, con mi blog en la pantalla, diciendome "dale, ¿no ibas a escribir en el blog?". Porque, te cuento, tengo siempre un montón de temas merodeando en mi cabeza, sé sobre la cantidad de cosas que quiero escribir, y sé que si mi día durase al menos 30 horas escribiría sobre todas ellas. También leería más. Saldría más a pasear (tengo ganas pero no tiempo de aprovechar los días lindos que, extrañamente por la época del año, aún perduran). Visitaría más gente y compartiría más mates. Ahora por ejemplo, que es sábado a la noche, iría a bailar. Pero es mayo, y con o sin días lindos es época de parciales (sin que ello implique que las obligaciones laborales disminuyan). Y mis días duran lo mismo que los tuyos. A vos, seguramente, tampoco te alcanza. ¿Viste cómo sé?
Bueno, yo ya hice catarsis. Ahora: ¿cómo hacemos? ¿Tenés alguna idea para que en tan sólo 24 horas entren tooooooooodas las cosas que queremos hacer? Si es así, dejámela por favor en un comentario, seguramente me va a servir, o al menos te voy a admirar la capacidad de estirar el tiempo como si fuera un chicle.
Pero pará: si me vas a aconsejar, antes de comentar recordá algunas cosas: de esas 24 horas, olvidate de ocho porque las tengo que dormir (o, según un estudio estadounidense publicado en La Nación hace unos días, siete o siete horas y media es lo que se debe dormir a los 22 años, que es mi edad. Pero esto es lo que se debería hacer, vamos a dejar de lado que últimamente estoy durmiendo un promedio de cinco horas). Cuatro son las horas de cursada (entre ir y venir caminando, media hora más aproximadamente). Hasta acá la disponibilidad horaria diaria se me redujo a la mitad. Además, tengo que comer: desayuno (infaltable), almuerzo (sólo omitido en ocaciones de extrema urgencia), merienda (con suerte), cena (ídem almuerzo, pero aplicado al extremo cansancio). Ahí vuelan otras....¿tres horas?. En promedio sí, redondeando con el tiempo que me lleva limpiar (¡y gracias a Dios que no cocino!). Bañarme: 20 minutos (¿ya perdiste la cuenta, no? No te preocupes, yo no, quedan siete horas y diez minutos). Los diez minutos vamos a descontarlos con los llamados y mensajitos de texto que uno envía/recibe cotidianamente. Trabajo y estudio (y bien que me siento a estudiar) así que de más está decir en qué se me van las siete horas restantes... (además, acordate que no duermo ocho sino cinco horas promedio, con suerte seis. Pero esas dos horas también se me van en trabajo y estudio). ¡Y gracias a Dios que mientras hago todo esto puedo escuchar música!
Además, se debe hacer ejercicio (no es mi caso, más que caminar, caminar, y seguir caminando), se deben hacer mandados, no se deben dejar de lado las amistades (¡y ni hablar si tuviera novio!), se debe estar informado, se deben realizar controles médicos periódicamente, se debe mantener la casa en orden... Todos hablan de lo que hay que hacer pero nadie dice cuándo hacerlo. ¡¡¡Y además uno quiere mantener el blog constantemente actualizado!!! JAJAJAJAJAJAJAJAJA. Bueno, cuando pase algo de tiempo sin que yo escriba, ya podés sospechar en qué ando. ¿Y vos?